
Cordura
Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano fue jefe de gobierno de la Ciudad de México de 1997 a 1999, candidato a la presidencia del país en tres ocasiones, y fundador de una de las principales alternativas políticas (ahora extinta) al entonces partido institucional que gobernó México durante casi tres cuartas partes del siglo XX.
Cuauhtémoc es un hombre inteligente y hábil de mente. Aún en la actualidad, es un participante (limitado, eso sí) de la vida política del país, ya sea como asesor o como analista crítico.
Hace tan solo unos días, en el marco del aniversario luctuoso de un diputado y un ayudante encargados de recolectar información electoral para Cárdenas en la entonces preparación a los comicios presidenciales de 1988, el «ingeniero» como coloquialmente se le denomina desde la prensa, expresó sus principales preocupaciones en torno a la actual gestión del país.
En dicho evento, aprovechó para destacar que desde su óptica tanto la inseguridad como la falta de recursos públicos destinados a la inversión en materia de política social y fiscal, son los principales desafíos y males a atacar por parte de la administración morenista.
Sus declaraciones no fueron tomadas a la ligera, y el impacto de las mismas se refleja en la condena y/o desprestigio que desde el oficialismo del partido gobernante se ha realizado respecto a Cárdenas, considerando sus declaraciones como el resultado de un supuesto viraje ideológico hacia el conservadurismo, y por ende, como una traición al proyecto de nación de la «Cuarta Transformación» por parte de uno de los personajes más emblemáticos de la izquierda mexicana contemporánea.
Por otro lado, algunos de los sectores más privilegiados de la oposición (desorganizada, desconcentrada, desigual) han retomado los comentarios del ex jefe de gobierno, y como rémora, han reproducido sus palabras acuñándolas como propias.
En ese nivel se encuentra el impacto del Señor Cárdenas. Claro está que sus opiniones no serán las determinantes de un cambio de curso en la política actual o de la resolución de los problemas que él mismo señala; al final del día, su papel se encuentra limitado al ejercicio crítico de la opinión, aprovechando la fama y legitimidad que su propia carrera política le han brindado, para tener un cierto impacto en los círculos que frecuenta.
Sin embargo, el hecho de que las opiniones de un señor de 91 años de edad generen polémica aún en este punto, es verdaderamente de reconocerse.
Garbanzo, Arroz y Chile Guajillo
Desde hace algunos años mi abuela, quien solo rebasa al ingeniero Cárdenas por un año de edad, comenzó a desvariar en sus pláticas.
Mi abuelita siempre ha sido una platicadora muy vivaz. Con una memoria privilegiada y una capacidad extraordinaria para recordar no solo hechos, sino también las expresiones no leídas y las emociones que acompañaron a quienes vivieron ese pasado ya remoto; la abuela ha sido sin duda alguna una gran cronista de la vida.
Gracias a esa capacidad de observación, descripción y expresión, es que en mi imaginario de mujer del siglo XXI creo poder visualizar algo fidedignamente al México de los años cincuenta. A la mente me vienen los tranvías, las prendas, los danzones, las películas, los cines, los bailables en los kioskos.
Los relatos de mi abuelita, siempre acompañados con algo que picar y la tranquilidad de simplemente tener que «estar», me permitieron conocer a miembros de la familia con quienes por lógica cronológica y biológica ya no pude coincidir. Ella ha sido una cronista de su propia vida y de la de otros. Una relatora que observa, escucha, repite y comparte.
Si bien el desgaste ha sido progresivo, no por ello ha sido indoloro. De solo tener breves lapsos de narcolepsia, la abuelita pasó a ver cada vez de forma más frecuente, a seres «inexistentes» en diversos rincones de la casa. La abuelita suele decir que hay hombres colgados reparando los techos de la casa, o niñas que no le hacen caso cuando se acerca a jugar con ellas.
Si bien algunos se encargan de aclararle con regaños que se trata de visiones falsas (algo expectantes a que la severidad del regaño les traiga de regreso la antigua cordura de su ser querido), a veces me pregunto si no es ella quien puede ver algo más allá que nosotros.
Es curioso lo fácil que es pasar de la demencia a la cordura. Todavía estamos en esa etapa en la que estos episodios se ven interrumpidos por momentos de relativa normalidad. Durante esos cambios que van de la lucidez a la locura, el entorno tiene que aprender a captar con precisión en qué fase del proceso se encuentra.
Recientemente, mi abuela ha compartido en repetidas ocasiones la receta de la barbacoa que preparaba su papá. Mi bisabuelo era un taxista proveniente de Xochimilco, quien para mantener a una familia de 6 hijos, una esposa, una mamá abandonada y dos hermanas solteronas, tuvo que emprender un negocio adicional para que el hambre no les terminara matando.
Por mucho que fuera el prejuicio hacia el hombre cocinero todavía a mediados del siglo pasado, el bisabuelo logró entender que al trascender esa lógica errónea, podría darle una mejor vida a aquellos a quienes amaba. Ello le permitió no solo emprender en la cocina, sino también lograr recetas de barbacoa y caldo de barbacoa tan pero tan ricas, que la fama y la demanda fueron los acompañantes naturales de esta inteligente iniciativa.
«Garbanzo, arroz, chile guajillo», eran los ingredientes que mi abuelita repitió una y otra vez en una tarde reciente en la que fui a visitarla: «Se le echaba todo eso a una cacerola con agua, además de la cebolla, el ajo, el epazote; la cazuela recibía los jugos de la carne que se ponía encima de la reja que cubría esa cazuela… los dedos se nos quemaban, y mi papá empezó a tener problemas para respirar. La casa olía a carbón.«
Sentí que estaba presenciando un momento de cordura que no podía dejar pasar. Quería dejar evidencia de la receta, de la cordura, de la prodigiosa memoria no perdida de mi abue. Tomé el teléfono, puse la grabadora de voz, y comencé a captar las repetidas indicaciones de mi abuelita quien tan solo unos momentos antes estaba hablando sobre cómo una vez asaltaron su primaria.
A pesar de que los ojos se le notaban cansados, interrumpiendo su descripción con breves lapsos de sueño profundo, la abuela logró describir la preparación de la receta de barbacoa familiar con sumo detalle.
Finalmente, llegó el momento en el que las niñas y los albañiles entraron nuevamente en la conversación. Esa aparición me hizo preguntarme si la receta que tan bien me había descrito solo unos segundos atrás había sido real, o si la misma contenía los ingredientes de otro platillo totalmente diferente.
Dejé de grabar y entendí que había sido afortunada de cachar y capturar un breve momento de lucidez. O al menos, eso espero.
La demencia de los recuerdos mezclados
Cuando vi la participación del ingeniero Cárdenas en video hace algunos días, tan solo un año menor que mi abuelita, pensé que quizá esas palabras tan articuladas que pronunció, esas ideas tan elocuentes, eran parte de un lapso muy benevolente de cordura. Una cordura que muy fácilmente damos por hecho, pero que con la edad es sumamente difícil de encontrar.
Mi abuela fue profesora de primaria durante gran parte de su vida, llegando en determinado punto a ser directora de una de ellas (misma que tuvo varios retos de construcción durante su gestión). Las visiones que de vez en cuando se le aparecen actualmente, me parece son el resultado de las vivencias y recuerdos (ahora mezclados) que fue forjando durante toda su vida.
Quizá para un Cárdenas, las visiones no incluyan niñas o albañiles, pero sí personajes políticos o quizás hasta manifestantes y actos de campaña.
Nadie sabe qué tipo de demencias le vendrán en la vida. Pero me pregunto, en caso de llegar a cierta edad, si en mis lapsos podré ver estos recuerdos que estoy forjando con mi abuela. Si la trascendencia de sus recuerdos quedará también en mí.
Solo espero y ojalá, que llegado el momento, en mi episodios de demencia pueda recordar la receta con garbanzos, arroz y chile guajillo.
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