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Ceguera

Saramago hablaba sobre una «ceguera blanca» en su Ensayo sobre la ceguera.

Ese escrito aceleradísimo a causa de la falta de comas, de puntos y de respiros. Sin mucho sentido y hasta cierto punto, incómodo para los alfabetas visuales, pero con toda la coherencia para quienes leen con las manos, con el secuencial sentido del tacto.

Hace tan solo algunos días, muchos nos volvimos esos ciegos que tanto criticó Saramago. Ciegos con ceguera blanca, viscosa, sucia, inhumana.

En su momento, Saramago escribió su ensayo como una crítica que interpelaba a lo filosófico; a lo metafísico de nuestra ceguera colectiva. La obra buscaba retratar un escenario en el que de la nada una población se queda ciega, y cómo incluso en esas circunstancias en donde lo común es estar todos mal, la gente busca seguir «viendo» lo que más le gusta: a sí misma.

Qué increíble pensar que su distopía se materializó durante trece horas en la Península Ibérica del 2025.

Saramago no escribió el ensayo imaginando un apagón eléctrico generalizado, ni mucho menos dimensionando las consecuencias de algo así en la Europa del siglo XXI. Sin embargo, fue así como en punto del mediodía del lunes 28 de abril, todo lo eléctrico dejó de funcionar.

Como atolondrados de repente por una ceguera blanca, llegó un apagón que contrastaba con la luz natural más clara que alguien pueda imaginar.

Muchos pensamos que pronto todo regresaría a la normalidad. Quizá es la costumbre latinoamericana de guardar calma y cierta resignación ante esos eventos eléctricos tan comunes en nuestras latitudes.

Sin embargo, las caras de angustia comenzaron a surgir cuando un poco menos ensimismados, y después de haber pestañeado lo suficiente para vislumbrar un poco más allá de nuestro entorno inmediato, nos percatamos que no solo nuestras proximidades se encontraban sin electricidad. Todo lo que se divisaba a la distancia, absolutamente todo, estaba apagado.

Metros detenidos, tiendas sin música,  refrigeradores sin luz, semáforos muertos. Así en todo un país.

Fue solo cuestión de minutos para empezar a percatarse de que lo único que surcaba los cielos eran las aves; residentes perpetuas del cielo que ante la malagradecida mirada de la modernidad, solamente parecieran destacar cuando no hay aviones o helicópteros que les hagan mosca.

La ceguera se volvió algo más viscosa.

Para algunos la viscosidad tomó forma de angustia. Ciertas personas tomaban la decisión de compartir las pocas noticias que pudieran llegarles. Quizá con la esperanza de obtener algo de calma al externar la preocupación a través de información «confiable».

Con las barreras naturales del lenguaje, algunos locales nos explicaban que esto no era común, que nunca había pasado. Con voz calma, pero miedo sembrándose en los ojos, insistían en que esto era algo raro y muy extraño (entre dientes parecían exhalar «grave»).

Algunos hablaban de que el problema se había extendido a Irlanda, a Alemania y hasta a Holanda. Putin, Trump, o el kit europeo de supervivencia eran conceptos y realidades que se susurraban a voces.

A pesar de ello, otros transeúntes querían encontrar algo de rutina en el evento menos frecuente en la historia reciente de la península. Ahí se vio otro tipo de ceguera.

Gente con ropas demasiado ligeras para el clima que se estaba viviendo, pedían que les sirvieran una cerveza y unas botanas con la mayor naturalidad del mundo.

En caso de que no contaran con dinero en especie, siempre podrían hacer el trueque con alguna pertenencia a la mano; claro está, pertenencia con un valor mucho mayor al de unas cervezas y unas botanas, pero con dueños demasiado ricos para preocuparse por ello.

Otros comenzaron a desencajarse. Otro tipo de ceguera.

Locatarios preocupados queriendo llamar a sus familias, comenzando a dimensionar el costo de más minutos u horas de apagón. Calculando cuánto tiempo más podrían mantener fresca su mercancía sin que la misma se pudra o a sus equipos de trabajo con calma para atender a la gente de ropas ligeras.

Para otros acostumbrados a estos eventos, extranjeros en su mayoría, y tratando de ubicarse en la realidad, esta situación les hizo tomar un poco de perspectiva ante la situación.

¿Cómo es que en Europa pasa esto? ¿La epítome de la modernidad y la civilización a nivel mundial, colapsando poquito ante lo que hasta entonces habían sido unos minutos de apagón?

Pero con todo y ese análisis más general, un poco más ubicado diríamos, la ceguera persistió.

Incluso en nuestros tiempos, en donde las necesidades lógicas giran en torno a la productividad, la conectividad, o la batería del teléfono, se nos olvida que no todos tenemos el privilegio de preocuparnos o no preocuparnos por lo mismo.

¿Qué pasa con aquellos para quienes la falta de electricidad, de agua, de modernidad, es el día a día? ¿Aquellos quienes no pueden recibir ni siquiera una mirada porque su sola presencia le resulta inhumana a alguien más inhumano que ellos?

Como en el ensayo de Saramago, esta experiencia bien pudo haber servido para mostrarnos cómo viven quienes no pudieron insertarse en lo común. Cómo sobreviven quienes no fueron los afortunados y aleccionados hijos del capitalismo.

Sin embargo, así fueron transcurriendo los minutos, las horas, todo un medio día. Algunos pensaron en el apocalipsis, otros en las pérdidas del día, otros más en el agradecimiento. Pero, todos pensaron en sí mismos.

Y en la noche llegó la luz. A algunos les pilló de sorpresa porque estaban demasiado borrachos para entender qué pasaba. A otros más les cayó como un alivio; por fin volvían a estar conectados. Otros finalmente recibieron la electricidad con algo de escepticismo; ¿había llegado para quedarse?

Hasta el momento se siguen desconociendo las razones detrás de este apagón. Unos dicen que fue un error de una sola vez en una red colapsada, y otros más que fue un ciberataque. Las investigaciones siguen en pie, y las autoridades peninsulares han colocado todos los recursos del Estado para evitar que esta situación vuelva a ocurrir.  

Lo que sí es seguro, sin embargo, es que el apagón no creó la ceguera. Esta ausencia de electricidad iluminó lo que no nos gusta ver y no queremos reconocer de nosotros mismos. Que ciegos estamos siempre.

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