¿Podemos convivir tranquilamente con una realidad en la que miles destruyen a otros miles día con día?
Estamos viendo desarrollarse ante nosotros la guerra de décadas que ha existido entre los hombres amarillos y los hombres verdes.
Hombres verdes que nos han enseñado, más por accidente que por deseo, que la resiliencia puede surgir incluso en los contextos más insoportables.
Dignidad a pesar de la inminente amenaza de la exterminación. Fortaleza innerte ante los golpes injustos de la barbarie.
Por otro lado, hombres amarillos que pareciera se han esmerado por perfeccionar el ejercicio de la crueldad; mejoran, evolucionan, no dejan de innovar.
¿Será que un día pare todo esto?
HOMBRES VERDES
¿Cómo es que siguen sonriendo?
Ellos saben perfectamente que esto no es normal. Que ésta no es la vida que todos viven.
Saben que de haber nacido más hacia el occidente del planeta, otras serían las preocupaciones que eclipsarían sus penas.
También saben que por algún evento azaroso del destino, o por la voluntad férrea de su ser en vidas pasadas, les tocó venir a experimentar los estragos y dolores de la guerra moderna.
Se preguntan el porqué de todo esto, pero de golpe el grito de supervivencia les despierta agriamente para continuar resistiendo. No hay tiempo siquiera para procesar.
Ellos reconocen que sus niños deberían tener derecho a vivir en paz. Que deberían poder ir a la escuela sin miedo a que la misma sea demolida por el acto radical de querer formar gente pensante.
Pero ante lo inminente de la amenaza, ellos también luchan, ellos siguen construyendo sobre lo destruido.
Construyen tranquilidad en sus rostros, aunque lo único que quisieran es echarse a llorar.
Diseñan serenidad en las rutinas, apoyándose en la tradición para sembrar un poco de esperanza en el mañana.
Para el hombre verde, la aceptación de la realidad es regla. Sin ser consciente de lo nulo que se tiene, sería imposible sobrellevar lo más cercano a lo que es el infierno en esta tierra.
Pero no se trata de una aceptación resignada. Los hombres verdes construyen verdades que se aceptan con honor, con orgullo, y en pie de lucha por la dignidad propia y ancestral.
Qué duro que esa sea la forma en la que están forjando carácter. Qué rabia que esta formación pareciera solo venir a costa de tal nivel de destrucción.
Honestamente, no debería faltarles rabia…
¿Será que la verdadera libertad requiere litros de dignidad?
HOMBRES AMARILLLOS
¿Cómo es posible?
¿Cómo podría un Dios justificar la barbarie estúpida que infligen?… ¿sonreíria igual que ustedes al ver en lo que se ha convertido su gente elegida?
Nada de esto tiene sentido.
Aparentemente no ha traído ni un gramo de empatía la experiencia de ser el pueblo más perseguido de la historia. Qué terror que no haya lección tan potente que nos haga cambiar.
Dentro de lo mucho que hay por aprender sobre esto, quizá se encuentre la facilidad con la que el victimismo puede crear una crueldad legitimada.
Los hombres amarillos piensan que el mal se expande y que hay que extinguirlo. Que la soberanía solo será posible a través de la adjudicación divina, del despojo de lo poco que tiene el siguiente en la cadena.
Llegan y destruyen casas incompletas de lámina, proyectos aún pobres de hogares a ser.
¿Podría haber algo más cruel y cobarde que tirarle bombas a quien se defiende con palas?
¿Cuál es la razón de ser?
Al parecer, permitirle ser perpetrador a quien por años fungió con honores el papel de víctima.
En lugar de cobrárselas con quien les impregnó de dolor el corazón, vieron que era más sencillo desquitarse con quienes se desarrollaron sin obstruirles. Soltar la rabia con el enemigo que de hecho, les diseñó su primer y original opresor.
Así, el llanto de un dolor legítimo y cruel, ha terminado por convertirse en el berrinche más absurdo de la historia.
Qué tan ciegos son para ver que son ellos quienes se han convertido en la plaga. Una inhumanidad bárbara, podrida. Una «nación» construida y diseñada para la perpetuación de la crueldad.
NOSOTROS
¿Qué estamos haciendo?
Algunos preocuparnos, otros justificarlo. Otros más, ignorarlo.
Hay quienes ajenos a una vida verde o amarilla, pretenden resolver todo en diez días. Expertos en recetas «democráticas» a imponer en nombre de la civilización.
Hay otros que de forma deleznable, encuentran la manera de justificar toda esta porquería. Ya sea vocalmente o a través del silencio.
Hay algunos más a quienes no podría importarles menos lo que esté pasando fuera de sus cabezas. Para ciertas personas, la vida ya es demasiado dura. Lo que suceda en la lejanía es la menor de sus preocupaciones.
También existen para quienes esta situación no podría serles más nimia. No por tener alguna otra cosa importante en mente. Simplemente, nada les conmueve.
Hombres verdes, hombres amarillos…
Al parecer, sí hemos podido vivir tranquilamente atestiguando tal nivel de destrucción.


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